Teatro Avenida – Octubre
UN CIERRE DE ORO PARA 2023
Don Giovanni, la historia del eterno seductor, volvió una vez más al escenario con una nueva producción. Desde sus primeros acordes en su contundente obertura hasta su inevitable final, Don Giovanni cautivó a melómanos y a quienes recién se animaron a la ópera. Juventus Lyrica cerró su temporada 2023 con esta obra maestra de todos los tiempos y ¡comienzó con los preparativos de sus bodas de plata en 2024!
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Dirección musical
André Dos Santos
Puesta en escena
María Jaunarena
Dirección de coro
Pablo Manzanelli
Escenografía e iluminación
Gonzalo Córdova
DIJO LA PRENSA
“¿Por qué ir a ver el Don Giovanni de Juventus? Porque para quienes aman el género, esta producción ofrece la posibilidad de disfrutar de una puesta muy bien montada y cantada y, para quienes no lo han descubierto aún, el marco de una música perfecta para emprender el fascinante camino de la lírica.”
Calificación: Muy bueno
Cecilia Scalisi – La Nación
“La producción de Juventus Lyrica resalta esta mezcla de comedia y tragedia con un trabajo musical excepcional en conjunto…”
Calificación: Muy bueno
Virginia Chacon Dorr – Clarín
elenco
Don Giovanni
Alejo Alvarez Castillo
Gabriel Vacas (cover)
Leporello
Juan Salvador Trupia (6, 8, 14)
Carlos Esquivel (12)
Donna Elvira
Johanna Padula
Cecilia Pérez San Martín (cover)
Donna Anna
Eugenia Coronel Bugnon (6, 8, 12)
Sabrina Schulthess (14)
Don Ottavio
Carlos Ullán (6, 14)
Rodrigo Olmedo (8, 12)
Zerlina
Natacha Nocetti (6, 12)
Sol Risé (8, 14)
Masetto
Antony Fagúndez (6, 8, 14)
Franco Gómez (12)
Commendatore
Mario De Salvo (6, 8, 12)
Carlos Esquivel (14)
¿POR QUÉ DON GIOVANNI ES UN CLÁSICO?
André Dos Santos, director musical
María Jaunarena, directora escénica
María Jaunarena, directora escénica
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DON GIOVANNI
Música de Wolfgang A. Mozart. Libreto de Lorenzo Da Ponte. Se estrenó el 29 de octubre de 1787 en el Teatro Nacional de Praga.
“El que es fiel a una, es cruel con todas las demás”, se defiende el personaje al inicio del segundo acto. “El amor procede del matrimonio como el vinagre del vino”, argumenta en la antológica versión de Lord Byron. Es que Don Juan ha tenido un éxito contundente no solo con las mujeres sino también con los escritores que le han dado voz: Tirso de Molina, Moliére, Da Ponte, Zorrilla, Lord Byron, Kierkegaard, el propio Flaubert, son algunos de los múltiples autores que volcaron su profundidad y poesía para construir nada más ni nada menos que al primer hombre moderno, un individuo sólo comprometido consigo mismo, con su voluntad y su deseo. Pero sin dudas, donde más alto vuela el eterno seductor, es de la mano de Mozart, que logra convertir en música el insondable terreno del deseo y la extraordinaria tensión entre el amor y la muerte.
Primer cuadro. Leporello, criado de Don Giovanni, espera frente a la casa del Commendatore, padre de Donna ana, la vuelta de su ama de una de sus acostumbradas aventuras. Sale Don Giovanni perseguido por Donna Anna, a cuyos gritos acude su padre. Trabados en la lucha, Don Giovanni mata al Commendatore. Donna Anna reclama venganza a su novio Don Ottavio.
Segundo cuadro. Donna Elvira, una vieja amante abandonada, llega en busca del “impío”. Por orden de su patrón, Leporello le enumera todas las conquistas del seductor y Donna Elvira parte desesperada. Unos campesinos festejan la boda de Zerlina y Masetto. Don Giovanni, atraído por el encanto de la novia, inicia su “cacería”. Pero sus planes son frustrados por el encuentro con Elvira y Anna, que lo reconoce como el asesino de su padre.
Tercer cuadro. Don Giovanni organiza en su palacio una fiesta en honor a Zerlina y Masetto. Donna Elvira, Donna Anna y Don Ottavio aparecen disfrazados para desenmascarar al libertino y frente a todos lo acusan.
Primer cuadro. Don Giovanni le propone a Leporello cambiarse las ropas para intercambiar identidades y engañar a Donna Elvira. Por su parte, Masseto reúne a los campesinos para dar un escarmiento al seductor, pero haciéndose pasar por Leporello, de nuevo Don Giovanni sale invicto. Mientras tanto, Leporello, disfrazado del seductor, se encuentra con Anna, Ottavio, Zerlina y Masetto pero para salvar su pellejo y ante la incredulidad de Donna Elvira, revela su identidad y se escapa.
Segundo cuadro. En el cementerio, en donde por casualidad se encuentran, el libertino relata a su criado sus recientes lances amorosos, cuando de repente la voz del Commendatore impone silencio. Don Giovanni le ordena a su criado que invite a la estatua a cenar esa noche en su palacio. Ante la sorpresa de ambos, la voz acepta.
Tercer cuadro. Don Ottavio le ruega a su prometida que no demore más la boda, pero ella lo rechaza aludiendo a su duelo reciente.
Cuarto cuadro. Mientras Don Giovanni disfruta su cena, el “convidado de piedra” cumple su promesa y se presenta, exigiendo a Don Giovanni que se arrepienta de todo lo hecho. Desoyendo las súplicas de Leporello, Don Giovanni se niega y es devorado por el infierno.
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EL PRIMERO DE NOSOTROS
por María Jaunarena
Nació por primera vez en Sevilla en 1627 de la mano de Tirso de Molina. Su padre se llamó Diego, e Isabel la primera mujer que se le conoce. Murió en circunstancias dudosas cerca de un cementerio y sin llegar a tiempo a un llamado del Rey. Volvió a nacer en Sicilia en 1665 de la mano de Molière. Entonces su padre se llamó Luis, y se casó en primeras nupcias con una mujer llamada Elvira, a quien raptó de un convento de clausura, para luego mantener relaciones con una Carlota, una Marturina y varias más. Murió en circunstancias dudosas en su casa, cerca de una estatua de mármol. Nació dos veces más en 1787, primero en Venecia, de la mano de Gazzaniga y Bertati, y luego, en Praga, con un alumbramiento que quebró los cánones de la historia de la música occidental, de la mano de Mozart y Da Ponte. Sus mujeres esta vez fueron Elvira –con quien también contrajo matrimonio–, Anna, Zerlina –a quien propuso matrimonio a pesar de estar casado–, la enamorada de su sirviente y dos mil sesenta y cinco señoras más.
Murió a la hora de la cena, también en circunstancias dudosas, y su cuerpo no fue hallado jamás. En 1819, lo hizo una vez más de la mano de Byron. Fue hijo de José y de Inés, sus mujeres fueron Julia, Haydée, Leila, Catalina y hasta fue esclavo de una sultana. No hay reseñas de fecha de muerte. Pero hay más tarde, en Madrid, un registro de nacimiento como hijo de Diego Tenorio por obra de José de Zorrilla. De esta oportunidad se conoce que fue amigo de Luis Mejía y sus mujeres fueron Ana, Inés y Lucía, entre varias más. Murió en una pelea en su residencia. Después de esa fecha nació por lo menos seis veces más: dos de ellas en Francia, reflejado en un poema de Baudelaire y en un intento de novela de Flaubert, y una en Dinamarca bajo la agudísima pluma de Søren Kierkegaard, dejando un diario de contenido subversivo.
En su apasionante Historia Universal de Don Juan, Edgardo Dobry se pregunta cómo un mito nacido en el siglo XVI español, cuando el honor para el hombre y la castidad para la mujer lo eran todo, puede seguir vigente en una cultura donde casi nada de eso sobrevive. En otras palabras, ¿por qué el deseo eternamente insatisfecho de Don Juan dice algo de nosotros?
Don Juan, el enamorador de España, narra la historia de un hombre infiel (o con una visión bastante excéntrica de la fidelidad: “el que es fiel a una, es cruel con todas las demás”, dice en el libreto de Da Ponte). Por eso algunos entienden a Don Juan como un sexópata, otros lo reivindican argumentando que en el fondo es un emancipador de mujeres y otros descubren en él misoginia y hasta homosexualidad. Sin embargo, en Don Juan la mujer es un medio hacia otra cosa. De hecho, la compulsión sexual pasa prácticamente inadvertida a todos los autores que han escrito sobre el mito, porque la lucha de Don Juan no es con la carne.
Como señala Jean-Yves Masson, es la palabra empeñada (plasmada en el hecho de dar la mano) la que une a un hombre consigo mismo y funda su identidad. Pero Don Juan juega con su propia identidad (se disfraza en varias oportunidades) y con su propio nombre (que esconde más de una vez). En definitiva, no se obliga a nada ni debe nada a ninguna mujer, ni a la ley, ni a Dios. Para Don Juan la palabra no es un acto que tenga consecuencias, por lo que miente y da la mano sin medirlas. Pero morirá dando la mano a la estatua que representa precisamente el peso real de la palabra. Don Juan es inasible, su movimiento es continuo porque “la constancia solo es buena para los ridículos”, como sentencia en boca de Molière. A ello se le opone lo firme, lo inmóvil, lo perenne. La estatua aparece como un destino inexorable en todas las versiones del mito.
Don Juan subvierte todo el orden de la sociedad de su tiempo: destruye el honor de un padre (el Comendador), el honor de un amigo (Don Octavio), el de un marido (Masetto), y hasta el de Dios, robándole una mujer a cada uno (recordemos que en la versión de Molière, Doña Elvira pertenecía a un convento de clausura antes de ser sustraída por Don Juan). Si Don Octavio es un hombre de palabra, Don Juan, en cambio, ha nacido para disfrutar de sí mismo y de aquello que la naturaleza (también inconstante y efímera) le ofrece. Encarna la rebeldía de un hombre posterior a su tiempo, que lo relativizará todo.
Una puesta en escena que sitúe al protagonista en la época actual correría el riesgo de minimizar la profundidad de la obra, de reducir la encarnación de la subversión del orden establecido a un mero libertino superficial. La profundidad del conflicto humano en su vida con otros perdería no solamente densidad sino también su peso histórico. ¿Dice hoy algo interesante alguien que rechaza el matrimonio, el honor, la fe? Para bien o para mal, nuestra vida actual está establecida a partir de pulseadas que Don Juan ganó como un pionero y en soledad. A pesar de perder en la obra, en la vida real Don Juan le torció el brazo a Dios. Nuestra época no solo lo legitima, le rinde culto. Como señala el filósofo Gilles Lipovetsky, “la era de la hipermodernidad resulta inseparable de la seducción soberana”. La cultura del hedonismo y del individualismo lo ha ocupado todo. Con el triunfo de la sociedad de consumo, se catapulta la sociedad de la seducción. El gozar y el verse bien se imponen prácticamente como mandato ético. Seducen las empresas, las escuelas, los políticos. Y hasta la seducción online se vale del anonimato y el seudónimo, es decir, de la máscara, algo en lo que Don Juan siempre fue experto. “Don Juan –continúa Lipovetsky– es la primera figura antes de tiempo del consumidor compulsivo, especie de adicto a la marca mujer, incapaz de no encadenar una conquista tras otra”. Volviendo a Edgardo Dobry, la exposición en redes sociales de cada experiencia personal, “tan urgente como la experiencia misma”, es otro de los espejos que nos devuelve hoy el seductor, amante de la fama.
Sabine Zaragosa dice que en el teatro se fabrica un espacio simbólico que nace de un material precioso y primordial: el misterio. Don Juan, inasible para las mujeres, materia huidiza y resbaladiza, se corporiza, sin embargo, divinamente en el teatro. Conquista (mujeres y escritores, porque también podría armarse un catálogo de los autores que le han dado voz) porque como Dios, él también detenta misterio. Su misterio es su capacidad de personificar el deseo de los demás, lo transgresor, lo oculto y lo temerario. Poco importa que Don Juan se comporte como lo hace por libertino, envidioso, inmoral o misógino: lo inquietante de él es su capacidad de convertirse en un espejo del deseo de quien tiene enfrente. Toca con las yemas de los dedos el ansia de los demás y también la suya.
Mozart, como ningún otro, supo comprender la naturaleza sagrada e indecible del deseo. El resultado fue esta obra maestra, “la ópera de las óperas”, la última obra que Da Ponte se empeñó en producir y llevar a escena, ya exiliado en Estados Unidos antes de morir. Su música seduce como el héroe que la protagoniza, porque en su rebeldía y su desafío, Don Giovanni es inquietante, profunda, inteligente y poética, algo que la sociedad contemporánea no supo imitar jamás.
Ante el mandato moderno de gozar, Don Giovanni nos ofrece la oportunidad de leer el pasado y conocer en parte cómo llegamos a ser lo que somos. Tal vez por eso Don Juan sobrevive aún hoy y, como una sirena con su canto hipnótico, nos obliga a asomarnos a la ventana para, una vez más, intentar descifrar su voz.
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