POLÉMICA EN LA MÚSICA CLÁSICA: ¿LOS NUEVOS TIEMPOS Y LA GENTE ABURRIDA OBLIGAN A QUE SE ACORTE LA DURACIÓN DE LOS CONCIERTOS Y ÓPERAS?
- El director de la Orquesta Sinfónica de Berna, Krzysztof Urbański, dijo que los conciertos no deberían durar más de 18 minutos, como una serie de Netflix.
- La opinión de referentes locales del Teatro Colón, Juventus Lyrica y el Mozarteum.
Por LAURA NOVOA
“Es interesante cambiar el formato del concierto. Porque la cuestión es que la percepción humana en el siglo XXI es muy diferente a la percepción humana en el siglo XIX. Cuando Mahler interpretaba sus sinfonías, como la Sinfonía nº3, es una hora y cuarenta minutos de música constante. La gente ahora está acostumbrada a los episodios de Netflix que duran 18 minutos”, dijo el director polaco Krzysztof Urbański en una entrevista para el podcast de la Orquesta y Coro Nacionales de España conducido por Mario Mora y Ana Laura Iglesias. Y desató la polémica.
Luego agregó: “La velocidad de la vida, como la cantidad de las cosas que están entrando en nuestra atención es mucho más grande, y creo que es difícil para la gente ahora. Creo que esto también está influyendo en la planificación del concierto, porque es difícil imaginar un concierto de cuatro horas. En el siglo XIX los conciertos duraban tres o cuatro horas. Muchas óperas que se representan hoy todavía duran cuatro horas. Wagner y las famosas óperas de cinco horas. Eso está muy desactualizado. Realmente tenés que ser un superhéroe poder estar completamente concentrado durante tanto tiempo. Y, por supuesto, requiere mucho esfuerzo”.
Krzysztof Urbański es uno de los nombres más destacados de la escena internacional actual, acaba de ser nombrado titular de la sinfónica de Berna, y actuó como director invitado en las principales orquestas internacionales, como la Filarmónica de Berlín, la Staatskapelle Dresden, la Orquesta Sinfónica de Londres, la Orquesta de París, la Orquesta Filarmónica de Hong Kong, la Sinfónica de Chicago, la Filarmónica de Nueva York, la Filarmónica de Los Ángeles, entre otras.
A sus 41 años, no encaja con el perfil de los directores tradicionales y se define como un rebelde. Tiene tatuajes, no tiene agente y trabaja en equipo con su mujer autogestionándose, algo muy infrecuente para las figuras en primerísima línea. Dice que escucha mucho rock y poca música clásica.
Las polémicas declaraciones circularon hace unos días en X, la ex red social Twitter, y generaron algunos debates: ¿habría que efectivamente reformular el formato del concierto? ¿O entrenarse para resistir cuatro o cinco horas de música? ¿Y educar a la audiencia para enfrentar el diseño de concierto del siglo XIX?
Dificultad y entrenamiento
María Jaunarena, de Juventus Lyrica, acuerda con las dificultades de un espectador nuevo para tolerar un contenido de 4 o 5 horas, pero, según ella, el punto no pasa por la dificultad sino por el entrenamiento que requiere la música clásica para disfrutarla.
“El desarrollo de audiencia y la formación de espectadores es una tarea ciclópea que requiere innovación y adaptación. Pero no porque requiera un esfuerzo que se le deba evitar al público, sino porque el placer que da la música clásica requiere cierto entrenamiento”, explica.
Según la directora de escena, lejos de establecerlos como patrón, los conciertos de 18 minutos pueden ayudar a vencer la barrera del que se acerca por primera vez a una escucha. “Una vez que esa barrera se cruzó, condenar al público a la dictadura de evitar lo que ‘requiere mucho esfuerzo’ sería facilista. Con ese criterio, no habría que leer más un libro, ya que también la lectura requiere un tiempo y una concentración poco habituales hoy”.
Entonces, ¿habría que condenar una forma de arte sólo porque requiere esfuerzo”, se interroga Jaunarena, y su respuesta es negativa.
“El eventual aburrimiento al que tanto se teme antes de ir a un concierto va a ser el que a la larga nos aplane si no hacemos nada que nos demande algún tipo de esfuerzo o nos interpele de alguna manera. Entonces, estoy a favor de hacer todo lo que esté a nuestro alcance para seducir nuevos espectadores, pero la política de conquista de nuevo público debe convivir con el desarrollo de su capacidad de apreciar una forma de arte en toda su dimensión”, agregó la directora, y admite que la opinión de Urbański no es algo aislado, también aparece en la política cultural la tentación de subestimar al público adaptando la oferta para que se asemeje a lo que ya consume.
“Eso no es desarrollo de audiencia -sostiene Jaunarena-, sino reproducción de patrones de consumo preexistentes. Y conduce a que se pierdan espacios y prácticas que nos conectan con lo más profundo que el ser humano ha plasmado en diversas manifestaciones artísticas a lo largo de los siglos”.
No es la duración, es la música
“No coincido para nada con el polaco”, afirma Martin Bauer, actual programador del ciclo Colón Contemporáneo, ex director del Teatro Argentino de la Plata y del Ciclo Música Contemporánea del Teatro San Martín durante veinte años.
“Es muy probable que la percepción del público esté cambiando, pero es muy improbable que uno pueda definir rotundamente cómo, sin ser prejuicioso. La exigencia de cambio para mi es una regla de siempre, pero nada tiene que ver eso con la duración sino con los materiales”.
Bauer recordó que para las 22 horas corridas que duró Vejaciones, de Erik Satie, tuvo público, y aseguró que lo tendría también hoy si programara nuevamente el segundo cuarteto de Morton Feldman de seis horas.
A propósito de la reposición de la ópera Einstein on the Beach, de Philip Glass, en el Teatro Colón, Bauer señala que justamente es un contra ejemplo venturoso de lo que propone el director “Cada momento de la partitura de casi cuatro horas es un desafío para la percepción y la concentración del público. Como si uno caminara por un paisaje que es siempre el mismo pero siempre diferente”, concluyó.
Por su parte, Luis Erize desde el Mozarteum, aporta una reflexión más amplia sobre la música y la cultura, su reclasificación de “una sección de cultura a una de entretenimientos, como se queja Ricardo Muti”.
Y observa que “naturalmente, el ambiente general de la velocidad y el impacto de las imágenes en una sociedad dependiente de lo digital y las pantallas (con una exposición a elección entre opciones infinitas y desconocidas en su mayoría, y por tanto frustrante) conspira contra la celebración en conjunto, (distinta del rito de masas en un festival de música electrónica) de un concierto compartido entre compositor, su intérprete y el público fiel y dispuesto a que esa música quede en su memoria (de manera sorprendente y misteriosa, que nos quedará impresa aunque no lo sepamos). Las maratones temporales sin un propósito determinado tienen algún grado de superficialidad. No tenemos la suerte, por otra parte, de contar con festivales en localidades especiales con algún motivo aglutinante”.
Por otro lado, Erize señala que no es asimilable lo que ocurre en una ópera y en un concierto, donde no hay complementos visuales y un libreto que desgrana la acción. El carácter abstracto de la música y su misterio, resulta más difícil entender cuando la música no tiene complementos visuales ni textuales.
La situación de concierto requiere reforzar la concentración y la memoria, “pero el poder convocar al público, nuestra audiencia -dice Erize- a esta celebración renovada y respetuosa, por la calidad procurada, de lo que la música pueda ofrecer, en los tiempos que requiere cada mensaje, es, creemos, un homenaje a la concentración y a la memoria que sabemos cada uno alberga dentro de sí, expandiendo esa capacidad de asombro y silenciosa escucha en ámbitos mucho más amplios que una gran sala en un concierto tradicional”.
Erize concluyó su aporte recordando a Steiner: “Concentración y memoria hacen a la aventura que es el hombre, y la afectación de cualquiera de ellas deteriora nuestra humanidad. Steiner tiene palabras punzantes sobre la pérdida de la memoria como signo del deterioro de la civilización”.
Cómo comportarse en los conciertos
En el diseño de un concierto, escribió William Weber en La gran transformación en el gusto musical, hay una serie de acuerdos entre público, músicos, gustos y fuerzas sociales.
Conviene recordar que el concierto tal como lo conocemos hoy día, no siempre fue así. El concierto clásico del siglo XVIII fue radicalmente diferente, dominaba la programación tipo miscelánea: en un mismo programa se escuchaban una mezcla de números diferentes, entre ópera, conciertos, solos, oberturas o sinfonías. El principio de homogeneidad se impuso más adelante, como el formato en los repertorios orquestales de obertura-sinfonía-concierto.
Era bastante común que en algunas ciudades los oyentes concurriesen en un mismo día a diferentes atracciones. Por otro lado, los comportamientos también eran distintos es las salas de concierto: se conversaba sobre lo que se escuchaba, había desplazamientos, incluso comida. Fueron los compositores románticos los que empezaron a rechazar el concierto como entretenimiento bullicioso.
Schumann, por ejemplo, escribió bajo el seudónimo de su alter ego Florestan: “Durante años he soñado con organizar conciertos para sordos y mudos, para que ustedes puedan aprender de ellos cómo comportarse en los conciertos, especialmente cuando son hermosos. Deberías estar convertidos en pagodas de piedra.”
Fue en el siglo XIX que surgieron nuevos formatos de programas, ubicados en mundos musicales separados, resultado de la experimentación de las décadas previas. El concierto del virtuoso solista, como Paganini, estaba pensado como entretenimiento.
Es evidente que estamos en un momento de grandes cambios en los comportamientos sociales con los revolucionarios cambios en los medios tecnológicos vinculados con la comunicación.
El director de orquesta Baldur Brönnimann propuso en su blog una serie de medidas para cambiar el formato y así atraer nuevos públicos en 2014.
Entre esos puntos, figuraba libertad para aplaudir entre los movimientos, afinar los instrumentos fuera de escena, utilización celular (no para hacer llamadas sino para tuitear, hacer fotos o grabar los conciertos , programas deberían menos predecibles, poder llevar bebidas a la sala, interacción artistas con el público, tocar sin frac, usar más tecnología de vanguardia.
Músicos y organizadores tienen el gran desafío de aprender cómo mediar entre el público, músicos, gustos y fuerzas sociales, bajo los principios estéticos y funcionales actuales.