MACBETH

De Giuseppe Verdi

Funciones: 12, 14 y 20 de septiembre.
Funciones para estudiantes secundarios: 10 y 11 de septiembre

Dirección escénica: Ana D’Anna
Dirección musical: André Dos Santos
Dirección de coro: Pablo Manzanelli

ELENCO

Macbeth
Juan Salvador Trupia (12 y 20)
Juan Font (14)
Alfredo Martínez (cover)

Lady Macbeth
María Belén Rivarola
Sofía Godoy (cover)

Banquo
Mario De Salvo (12 y 20)
Víctor Chávez (14)
Carlos Esquivel (cover)

Macduff
Ramiro Pérez
Ariel Casalis (cover)

Malcolm
Santiago Delpiano
Álvaro García Martínez (cover)

Dama de compañía
Elisa Gartner (12 y 20)
Monique Nogales (14)

Médico / Sicario
Agustín Albornoz (12 y 14)
Antony Fagúndez (20)

Rey Duncan
Giorgio Zamboni

Fleance
Manuel Brenner

Heraldo del rey Duncan
Nicolás Tumini

Brujas en altura
María Sol Giberti
Andrea Edith Mansilla
Marina Alaniz

LA OBRA Y LA ÓPERA

Por primera vez Juventus Lyrica puso en escena la descomunal obra de Shakespeare, a la que Giuseppe Verdi convirtió en una de las óperas más celebradas de todos los tiempos. Macbeth habla, como ninguna otra pieza de Shakespeare, de temas que en el siglo XXI nos interrogan con una vigencia extraordinaria: la soledad y vulnerabilidad del ser humano, el fracaso del hombre, las apariencias que ocultan la realidad, la presencia de fuerzas opuestas que se debaten dentro y fuera del hombre e imponen su destino (el miedo y la valentía, el amor y el deseo de destrucción), y, por sobre todas las cosas, habla de la transitoriedad del poder (su ambición, su ejercicio enceguecido y su infalible destrucción). “La vida –dirá el inglés– no es más que una sombra andante, un pobre actor que sobre el escenario se agita y pavonea en su momento, y a quien nunca se volverá a oír más”. Bien sabía Shakespeare, aún en tiempos monárquicos, que el poder era siempre transitorio.

Verdi convierte esta madeja de contenido en una experiencia artística potente. El compositor escapa de la intimidad de Shakespeare: los conjuros, los asesinatos y las traiciones que en el inglés ocurrían subrepticiamente, adquieren corpulencia y orquestación. Hasta las brujas, que portan la voz de lo indecible, en Verdi se alzan con la voz de un ejército. A pesar de esta compleja amalgama, el resultado es uno de los más festejados en la historia de la ópera y el coro del inicio del cuarto acto no tiene nada que envidiarle al famoso Va pensiero. Porque la pieza porta la hondura musical a la que nos tiene acostumbrados el gran maestro italiano.

NUEVA PRODUCCIÓN

La obra llegó a escena de la mano musical del brasilero André Dos Santos (oportunamente a cargo de la dirección de Don Giovanni en la temporada 2023 de Juventus Lyrica) y de Ana D’Anna, directora artística de la institución. La escenografía e iluminación estuvieron a cargo de Gonzalo Córdova, mientras que el vestuario estuvo en manos de María Jaunarena. El elenco reunió a grandes voces como Juan Salvador Trupia y Juan Font, alternándose en el rol principal, María Belén Rivarola en la famosa Lady, Mario De Salvo y Víctor Chávez, en el incólume Banquo, y Ramiro Pérez, que puso fin al drama, encarnando a Macduff. Las partes corales tan festejadas del compositor estuvieron bajo la dirección de Pablo Manzanelli.

LA HISTORIA

Acto I. Macbeth y Banquo, generales de Escocia, se encuentran con las brujas que predicen que Macbeth será nombrado barón de Cawdor y luego, rey; mientras que Banquo será padre de reyes. Al confirmarse la predicción y recibir el título de barón de Cawdor, Macbeth y Lady Macbeth deciden ir por más: toman el destino en sus manos y asesinan al rey Duncan. Malcolm, hijo de Duncan, escapa.

Acto II. Macbeth se convierte en rey pero, atormentado por el vaticinio de las brujas a Banquo, ordena su asesinato y el de su hijo Fleance para asegurar su trono. El asesino llega al palacio y le confirma a Macbeth que Banquo murió pero Fleance logró escapar. En un banquete que ofrece, Macbeth ve el fantasma de Banquo y comienza a enloquecer. Lady Macbeth intenta calmarlo.

Acto III. Macbeth consulta nuevamente a las brujas, quienes le advierten que se cuide de Macduff y lo tranquilizan: mientras que los árboles del bosque de Birnam no se desplacen, no correrá peligro. y nadie nacido de una mujer podrá dañarlo.

Acto IV. Lady Macbeth, consumida por la locura, muere. Macduff, cuyo linaje no es “nacido de mujer” (porque ha sido “extraído” del vientre de su madre), busca a Malcolm y regresan para vengarse. Mientras las tropas de Malcolm avanzan, Macbeth, enfrentado a la realidad de las profecías, muere en la batalla contra Macduff. El hijo de Duncan es coronado Rey.

Comentario

El desenfreno, lo vertiginoso y lo irremediable

Por Ana D’Anna

Macbeth habla, como ninguna otra pieza de Shakespeare, de temas que todavía en el siglo XXI nos interrogan con una vigencia extraordinaria: la soledad y vulnerabilidad del ser humano, las apariencias que ocultan la realidad, la presencia de fuerzas opuestas que se debaten dentro y fuera del hombre, y lo inevitable.

Esta extraordinaria tragedia puede verse, leerse y escucharse como un múltiple contrapunto de opuestos. Es un drama de oposiciones y contrastes extremos: la voluptuosidad y la degradación del poder, la humildad y la ambición, la luz se contrapone a la oscuridad, la muerte a la vida, los pájaros de la noche a los del día, lo bello a lo feo, la enfermedad a la salud, el bien al mal, la naturaleza a lo sobrenatural, la valentía al miedo.

Quizás porque, a diferencia de otros personajes, como Yago de Otelo, Macbeth no es capaz de planificar su propio plan, en él todo se vuelve urgente, desmesurado, precipitado. Devorado por la ambición de poder, fruto de su intensa imaginación y de su encuentro con las brujas, traiciona la confianza de su primo, el Rey Duncan, cuando decide hospedarse en su casa junto a sus hijos y su corte. A partir de ahí, los Macbeth están condenados –él no dormirá más y ella entrará en un sonambulismo– a un tiempo regido por el vértigo, un tiempo propio que no logran detener jamás. 

En medio de la crisis del pasaje del Medioevo a la Edad Moderna, los seres sobrenaturales conducen la obra y el alma de los humanos. La naturaleza benigna está descentrada por el mal. Hay una ruptura del orden natural por culpa de los crímenes de los Macbeth: los caballos pierden el control, se vuelven salvajes, se devoran entre sí. En algún punto, en esta pieza Dios está lejos, perdido. Así, en el diseño de la obra, la honestidad y rectitud de Banquo está puesto para dar valor a la desmesura y vulnerabilidad de Macbeth. Frente a las brujas, la naturaleza de Banquo no se vulnera porque Banquo se controla a sí mismo. Pero la de Macbeth, implosiona y desde entonces quedará sometida a su primer crimen.

Toda esta riqueza de opuestos, de fuerzas que se combaten, nos aleja de reducir la obra al tema único del afán de poder. De hecho, el amor es un gran componente que mueve la obra. Macbeth y Lady Macbeth se aman. Es un amor voluptuoso, que se desenfrena y se vuelve lascivo con el poder. Un amor que tampoco tiene control ni mesura. Y al matar, él pierde el deseo por ella. Y ella le reclama siempre: “¿por qué me huyes?”, pero Macbeth seguirá solo el resto de la obra. Y será esa soledad lo que la volverá loca y terminará con la vida de su esposa.
En 1969, Jorge Luis Borges escribió un prólogo a esta obra. Allí menciona que suele olvidarse que Macbeth, “ahora un sueño del arte”, existió realmente, tenía algún derecho al poder según las crónicas escandinavas, mató a Duncan en buena ley en una batalla, y no fue un tirano. Pero, partir de Shakespeare, el verdadero Macbeth perderá el control de su recuerdo y adquirirá otra memoria. Servirá para ejemplificar, como ninguno, el desenfreno, lo vertiginoso y lo irremediable, la concatenación de actos que inseparablemente van unidos entre sí una vez materializado el primero. Con su famoso “si con hacerlo, estuviera hecho”, que pronuncia antes de matar al rey Duncan, Macbeth vislumbra que, con ese primer crimen, no terminará el asunto. Porque el destino es una maquinaria imparable. Y Borges se lo reconoció, justamente, en su poema “Macbeth”: “Nuestros actos prosiguen su camino que no conoce término. Maté a mi rey para que Shakespeare urdiera su tragedia”.

NOTA

Nota publicada el 3 de septiembre en Clarín / Opinión

La transitoriedad del poder
El verdadero valor del arte, y la principal razón por la que debe ser cuidado y respetado, se revela en las obras de Shakespeare: le sirven de espejo a la humanidad.

Por Martín D’Alessandro y María Jaunarena

Uno de los elementos que hace de la política una actividad fascinante, y a la vez repudiable, es el afán de poder de quienes se involucran en ella, que a lo largo de la historia ha incluido los métodos más perversos para conseguirlo y/o mantenerlo, como guerras, revoluciones, conspiraciones, asesinatos, traiciones, torturas, y por supuesto, corrupciones de todo tipo.

Por Daniel Roldán

Afortunadamente, en los últimos doscientos años la humanidad ha implementado crecientemente la democracia, un maravilloso sistema de reglas y derechos que ha permitido que, en la lucha por el poder, los enfrentamientos despiadados, las ambiciones febriles y los métodos sangrientos fueran canalizados y/o reemplazados por la civilizada y pacífica competencia electoral.

Sin embargo, a pesar de que las disputas políticas han sido “domesticadas” por la democracia moderna, no dejamos de observar que en la política siempre siguen vigentes la ambición desmedida, la falta de escrúpulos, y hasta el deseo de humillar a los contrincantes. No son pocos los pensadores y filósofos que han endilgado estas emociones e instintos a la propia naturaleza humana, pero fue un escritor, William Shakespeare, el mejor a la hora de describir en sus obras los oscuros impulsos del alma humana.

En muchas de sus tragedias, estas ambiciones, y sobre todo sus perversiones, son escenificadas en el ámbito de la política y el poder. Y su obra Macbeth tal vez sea uno de sus ejemplos más perfectos.

En una época en la que la política tenía pocas reglas formales, el dramaturgo inglés mostró como nadie las pasiones que se desatan alrededor del poder. El crítico teatral polaco Jan Kott decía que muchas de sus obras podían perfectamente escenificarse solo con un trono, alrededor del cual Shakespeare reproducía el gran mecanismo de la historia: un engranaje dentado que eleva a los que aspiran al trono, sostiene transitoriamente a los que reinan, y luego los arroja al vacío irremediablemente.

Macbeth, por ejemplo, el más querido, valiente y fiel de los súbditos del rey Duncan, es corrompido por la idea de asesinarlo para ocupar él mismo su lugar, desatando así una ola de crímenes políticos que terminará con su propio asesinato una vez ya siendo rey. El trono es siempre efímero, nada es para siempre.

Shakespeare es un clásico no sólo por la hondura de su contenido y lo superlativo de su pluma, sino también porque escribe sobre temas que no cambian, entre ellos, la esencia del ser humano y la naturaleza del poder político que condiciona la vida de los países.

Cuando el hijo del rey Duncan se decide a recuperar el trono de su padre asesinado por Macbeth, se lamenta: “aun cuando haya pisado la cabeza del tirano, o la levante en mi espada, aún tendría mi pobre país más delitos que antes, más perjuicios, más sufrimientos”.

Cuatro siglos después de haber sido escrita, sorprende la actualidad de esta sentencia, que parece describir una Argentina en la que cada uno de los grupos que transitoriamente han ocupado el poder, aún adjudicándoles las mejores intenciones, han dejado daños irreparables de los que el país no logra salir y han degradado sus posibilidades futuras. Macbeth presagia: “la sangre quiere sangre”. La cruda polarización y radicalización de nuestros últimos gobiernos no hacen otra cosa que hundir más las perspectivas de una convivencia en paz y de un desarrollo sostenible.

Los bandos enfrentados se endilgan entre sí la responsabilidad del mal, y la palabra y el discurso se enferman de una retórica inflamada que promete más de lo que puede dar, transformando en cada fin de ciclo el descontento en resentimiento. “Ay, pobre patria –escribe Shakespeare–, casi tiene miedo de reconocerse a sí misma. No puede ser llamada nuestra madre sino nuestro sepulcro”.

En las próximas semanas se llevará a escena en el Teatro Avenida de la Ciudad de Buenos Aires una nueva representación de esta genial obra, pero esta vez en versión operística, compuesta descomunalmente por Giuseppe Verdi.

El compositor italiano escapa de la intimidad de Shakespeare: los conjuros, los asesinatos y las traiciones que en el inglés ocurrían subrepticiamente, adquieren corpulencia y orquestación. La profundidad oscura del texto, que narra estos subsuelos de la condición humana, se complementa con lo más alto de la creación musical de todos los tiempos. No por casualidad el resultado de esta compleja amalgama es uno de los más festejados en la historia de la ópera.

Una obra de Shakespeare es siempre una oportunidad para reflexionar, para pensar retrospectivamente nuestro pasado y nuestro presente, para aprender a mirar a nuestra patria y a nosotros mismos, para darnos cuenta de nuestra proverbial falta de originalidad.

Aquí está el verdadero valor del arte y la principal razón por la que debe ser cuidado y respetado. Porque según Shakespeare, le sirve de espejo a la humanidad. Y conocernos un poco más nos abre la puerta a ser mejores individuos, y definitivamente, mejores ciudadanos.


Martín D’Alessandro es politólogo, presidente de Poder Ciudadano. María Jaunarena es Directora ejecutiva de Juventus Lyrica.